En un mundo cada vez más interconectado, la carrera por la supremacía económica y tecnológica redefine fronteras y presenta nuevos desafíos.
La competencia global ya no se mide solo con el comercio y el PIB. Hoy incluye capacidad tecnológica e innovación y calidad institucional.
Los principales ejes que determinan esta nueva lucha son:
En las últimas décadas ha surgido un giro hacia:
• La fragmentación geopolítica entre potencias, sanciones y “friend-shoring”.
• Re-shoring y near-shoring de cadenas de suministro para mejorar la resiliencia.
• Políticas industriales activas en EE. UU., UE, China e India para proteger sectores estratégicos.
En este nuevo tablero, algunos actores consolidan su ventaja y otros emergen rápidamente.
Los líderes tradicionales combinan altos niveles de inversión y sólida gobernanza.
Estos países comparten varios rasgos:
• Ecosistemas fuertes de innovación que vinculan universidades y capital de riesgo.
• Infraestructura física y digital avanzada, con redes 5G y centros de datos de última generación.
• Estados eficaces con baja corrupción y seguridad jurídica, capaces de responder a crisis económicas.
• Sistemas educativos que equilibran STEM, idiomas y habilidades blandas críticas.
Un segundo grupo recorta distancias y gana terreno.
Su ascenso se explica por mano de obra cualificada, reformas regulatorias y atracción de capital extranjero. Sin embargo, enfrentan riesgos de volatilidad financiera y dependencia externa.
Mientras algunos avanzan, otros se quedan rezagados, atrapados en dinámicas históricas.
La llamada "trampa de renta media" afecta a varias naciones con recursos pero baja innovación.
En América Latina, países como México, Brasil y Argentina dependen de commodities y muestran baja productividad total de factores. Los altos niveles de informalidad y el gasto limitado en I+D dificultan el salto hacia industrias de mayor valor.
Estas economías sufren estancamiento del ingreso per cápita y fuga de cerebros hacia polos más competitivos.
En África subsahariana y partes de Asia Central, la debilidad institucional y la ausencia de infraestructura básica dejan a estos países fuera de las grandes cadenas de valor.
Su dependencia de la ayuda externa y la vulnerabilidad al cambio climático agravan la situación, generando migraciones forzadas de talento.
Incluso dentro de potencias consolidadas hay regiones y clases sociales que pierden beneficios.
Las zonas desindustrializadas, los trabajadores desplazados por la automatización y los jóvenes sin acceso a vivienda estable son víctimas de la polarización política y social.
Este malestar alimenta movimientos populistas y posturas proteccionistas que amenazan el consenso proglobalización.
Cada sector tiene sus propios ganadores y perdedores, definidos por la capacidad de adaptarse a nuevas reglas del juego.
Las grandes plataformas digitales y las empresas de inteligencia artificial llevan la delantera. EE. UU. y China lideran la pugna por semiconductores y talento en IA.
Europa destaca en deep tech y robótica industrial, pero sufre déficit en plataformas de consumo masivo.
Los que dominan las renovables y controlan minerales críticos (litio, cobalto) se aseguran rentas crecientes.
Los exportadores tradicionales de combustibles fósiles pierden cuota ante impuestos climáticos y regulaciones más estrictas.
La estrategia “China+1” y el near-shoring redefinen la geografía de la producción.
Este cambio exige inversión continua en automatización y flexibilidad para diversificar riesgos.
La divergencia entre ganadores y perdedores impacta el pacto social en el siglo XXI.
La presión para reformar sistemas fiscales, fortalecer redes de protección y garantizar acceso igualitario a la educación es más urgente que nunca.
Las tensiones geopolíticas derivadas de la competencia por recursos estratégicos pueden intensificar conflictos y bloques económicos.
Solo con políticas inclusivas, inversión en talento y una visión de largo plazo se puede convertir la competencia global en oportunidad de progreso compartido.
Referencias