La economía global avanza con tasas de crecimiento que, aunque positivas, se mantienen por debajo de sus registros históricos. En los próximos dos o tres años, las estimaciones oscilan entre el 2,3 % y el 2,6 % anual, un vuelo sostenido pero sin la potencia previa a la pandemia. Aun así, este dinamismo se ve contrarrestado por un entorno de economía global fragmentada y descentralizada, donde las fricciones comerciales y la redefinición de cadenas de suministro marcan la pauta. El reto consiste en combinar ese avance con estabilidad macroeconómica y resistencia ante posibles shocks externos.
La desaceleración del comercio mundial y los elevados costes de financiación están configurando un escenario donde el crecimiento es desigual. En las economías avanzadas, se proyecta un ritmo de expansión cercano al 1 % o 2 %, mientras que en el bloque emergente las tasas pueden superar el 4 %, pero sufren el lastre de una menor liquidez y restricciones fiscales. La inflación, por su parte, muestra una tendencia descendente, sin llegar a estabilizarse en el 2 % objetivo, y los niveles de deuda —tanto pública como privada— superan ampliamente dos veces y media el PIB mundial.
El comercio internacional ha perdido impulso respecto a la última década. Barreras como aranceles y controles a la exportación de tecnologías críticas, junto con estrategias de relocalización como el nearshoring y el friendshoring, reducen la interdependencia clásica. Mientras tanto, los colchones fiscales y monetarios lucen más delgados tras largos ciclos de estímulos, lo que limita la capacidad de respuesta ante nuevas crisis de liquidez o ante alzas de tipos bruscas.
Las diferencias regionales son notables:
Tras un prolongado ciclo de subidas para contener la inflación postpandemia, los grandes bancos centrales han comenzado a implementar recortes graduales de tipos de interés. No obstante, los niveles de las tasas reales permanecen por encima de los promedios de la pasada década, lo que plantea un delicado equilibrio entre frenar la inflación, sostener el empleo y prevenir tensiones en el sistema financiero.
En este contexto, la estabilidad financiera se encuentra bajo escrutinio. Sectores como el inmobiliario comercial en Estados Unidos y Europa enfrentan mayores costes de financiación y menores flujos de ocupación por el crecimiento del teletrabajo. La elevada carga de deuda corporativa y soberana en monedas locales y extranjeras incrementa la vulnerabilidad frente a cualquier alza imprevista de las tasas globales.
Los riesgos no se limitan a un único sector. La persistencia de la inflación, aunque debilitada, puede verse revivida por eventos climáticos extremos, tensiones geopolíticas que interrumpan suministros energéticos o nuevas rondas de aranceles. Esto reaviva el debate sobre una posible era de inflación más volátil, que obligue a los formuladores de política a mantenerse alerta.
Los gobiernos de todo el mundo arrastran niveles de deuda históricamente altos, tanto por los paquetes de estímulo de la pandemia como por los recientes esfuerzos en transición energética y ayudas sociales. En las economías avanzadas, los déficits fiscales crónicos limitan el margen de maniobra, mientras que en los países emergentes los costes de servicio de la deuda se disparan con la subida de rendimientos de bonos.
La presión por equilibrar la balanza entre consolidación fiscal y la inversión necesaria en infraestructura, salud, educación y energía renovable plantea dilemas políticos complejos. Organismos multilaterales y nuevos acuerdos de alivio de deuda jugarán un papel crucial para evitar defaults y rescates costosos.
Las tensiones geopolíticas, ejemplificadas en conflictos como Ucrania u Oriente Medio, impactan directamente en los precios de la energía y los alimentos, erosionando la confianza de inversores y consumidores. La creciente guerra comercial y las medidas proteccionistas entre potencias reducen la liquidez global y fomentan la formación de bloques exclusivos con regulaciones aduaneras más estrictas.
El sistema comercial global se fragmenta progresivamente, con más acuerdos regionales selectivos y un uso creciente de monedas alternativas al dólar. Aun así, la divisa estadounidense mantiene su hegemonía, aunque agrupaciones como los BRICS exploran mecanismos para desafiar el statu quo y diversificar reservas.
La ralentización estructural de China, agravada por la crisis inmobiliaria y las políticas de contención del endeudamiento, obliga a las autoridades a reorientar modelo hacia consumo interno y tecnologías de punta. El éxito de esta transición determinará el rumbo del segundo PIB mundial.
Por su parte, India y el sudeste asiático se perfilan como polos de crecimiento demográfico favorables, beneficiándose de relocalizaciones de cadenas de suministro y una fuerza laboral joven. América Latina y África, con sus riquezas en materias primas y minerales críticos, enfrentan el desafío de mejorar gobernanza, infraestructura y acceso a financiamiento para aprovechar su potencial demográfico.
La revolución de la inteligencia artificial y la automatización promete un potencial para aumentar productividad sin precedentes. Sectores enteros, desde la manufactura hasta los servicios financieros, pueden experimentar saltos de eficiencia, reducción de costes y surgimiento de nuevas industrias.
Sin embargo, este avance plantea interrogantes sobre el empleo, la brecha de habilidades y la concentración de capacidad tecnológica en grandes corporaciones. Reguladores y gobiernos deberán diseñar marcos que fomenten la innovación y al mismo tiempo protejan a los trabajadores y garanticen la competencia.
El análisis de tendencias y riesgos sugiere tres posibles escenarios. Uno optimista, con cooperación multilateral global renovada y reforzada, impulso tecnológico inclusivo y manejo responsable de la deuda. Otro más conservador, donde la estabilización hacia tasas de crecimiento moderadas convive con elevadas brechas de desigualdad y fragmentación institucional. Y uno pesimista, signado por crisis financieras localizadas, alzas abruptas de tipos y mayores barreras al comercio.
Para dirigir la economía hacia un futuro próspero, es fundamental promover reformas estructurales, fortalecer la gobernanza fiscal y invirtiendo en energía renovable y educación. Solo así será posible construir un modelo sostenible, equitativo y resistente ante los desafíos globales que estamos por enfrentar.
Referencias