Las transformaciones en el panorama global tras la crisis financiera de 2008 han dado lugar a un nuevo equilibrio de poder económico. Hoy más que nunca, el protagonismo se aleja de las tradicionales potencias del G7 para centrarse en un conjunto diverso de actores que redefinen el futuro.
Este artículo desentraña las fuerzas y cifras clave detrás de este fenómeno, ofreciendo una visión completa y práctica sobre el ascenso de las economías emergentes.
En la posguerra, el liderazgo de Estados Unidos marcó el rumbo de la reconstrucción europea y el desarrollo de Japón. A partir de la década de 1980, los “tigres asiáticos” empezaron a escalar posiciones gracias a políticas orientadas a la exportación y la inversión industrial.
La fase de globalización intensa entre 1990 y 2008 amplió las cadenas de valor y fomentó la convergencia, pero también generó vulnerabilidades que quedaron al descubierto en la crisis de 2008.
Hoy vivimos una fragmentación geoeconómica y estratégica, donde los bloques buscan reforzar su autonomía y reducir riesgos asociados a dependencias excesivas.
Se consideran “nuevas potencias económicas” aquellos países cuyo PIB y desarrollo tecnológico crecen por encima del promedio mundial, con capacidad de influir en la gobernanza global.
Para analizar el fenómeno, distinguimos dos grandes grupos:
En paridad de poder adquisitivo, las economías emergentes ya representan más de la mitad del PIB mundial, cuando hace pocas décadas eran claramente minoritarias.
El crecimiento global se situará en torno al 3 % anual a medio plazo, con economías avanzadas en el 1,5-2 % y emergentes entre el 3-5 % o más, como India, Vietnam o Bangladesh.
El bloque E7 (China, India, Brasil, Rusia, Indonesia, México y Turquía) ha mantenido históricamente tasas de crecimiento superiores a las del G7, lo que augura una convergencia en PIB per cápita y un incremento sustancial del peso emergente en la economía global.
Proyecciones a 2050 indican que China e India se mantendrán entre las primeras economías del mundo, mientras que Indonesia y México podrían superar a potencias europeas de largo recorrido.
China es la segunda economía mundial en PIB nominal y la primera en PPA. Después de décadas de crecimiento vertiginoso, enfrenta una desaceleración estructural.
Entre sus desafíos figuran el envejecimiento poblacional, una elevada carga de deuda y las tensiones comerciales y tecnológicas con Estados Unidos y Europa.
Su estrategia busca impulsar el consumo interno, la innovación y los servicios avanzados, alejándose de un modelo centrado en la inversión y las exportaciones masivas.
Iniciativas como la Iniciativa de la Franja y la Ruta demuestran su ambición de liderar infraestructuras y cadenas de valor en múltiples continentes.
Con tasas de crecimiento real del PIB por encima de la media global, India destaca por su bono demográfico y tecnológico. Su población joven y una revolución digital acelerada impulsan sectores como la informática, el fintech y las plataformas de servicios.
Las reformas estructurales buscan mejorar el clima de negocios, expandir infraestructuras y formalizar la economía, aunque persisten retos de desigualdad y complejidades institucionales.
Su potencial es inmenso: de mantenerse las tendencias actuales, se situará entre las tres primeras economías mundiales antes de 2030.
Brasil sigue siendo la potencia regional, con un rol clave en energía, agroindustria y minerales estratégicos. Su participación en el BRICS y la transición energética lo posicionan en sectores de futuro, como el hidrógeno verde.
México aprovecha su cercanía con Estados Unidos en un contexto de nearshoring, atrayendo inversión manufacturera que busca diversificar cadenas de suministro.
Países como Chile, Perú y Colombia destacan por sus recursos naturales, aunque requieren diversificar su base productiva para lograr una mayor resiliencia.
Indonesia, con una población joven y abundantes materias primas, proyecta convertirse en una de las mayores economías mundiales hacia 2050.
Vietnam se consolida como destino manufacturero gracias a sus costos competitivos y estabilidad, atrayendo compañías que buscan alternativas y complemento a China.
Filipinas, Malasia y Tailandia avanzan en servicios, remesas y componentes electrónicos, integrados en cadenas de valor regionales de alto dinamismo.
Los países del Golfo, como Arabia Saudita y Emiratos, diversifican sus economías invirtiendo en turismo, tecnología y energías renovables, con fondos soberanos activos globalmente.
En África, naciones como Nigeria, Etiopía y Kenia combinan un rápido crecimiento demográfico y urbano con mejoras en conectividad digital y servicios financieros móviles.
Sin embargo, desafíos de gobernanza, estabilidad y déficit de infraestructuras básicas limitan un ascenso más acelerado.
Varios factores explican este fenómeno:
La redistribución del poder económico global genera oportunidades y riesgos. Para gobiernos y empresas, resulta esencial:
Comprender el ascenso de estas nuevas potencias implica adaptar estrategias de inversión, comercio y cooperación internacional para aprovechar al máximo un escenario en constante cambio.
Solo así podremos construir un futuro próspero y equilibrado, donde el crecimiento sea compartido y sostenible para todos.
Referencias