En un mundo donde el avance tecnológico y la expansión económica se exhiben como triunfos, emergen interrogantes sobre el coste real que paga el planeta. Este artículo analiza cómo el crecimiento global, aunque esencial, exige un balance entre desarrollo y conservación.
Las proyecciones para 2025-2026 sitúan el crecimiento económico mundial en torno al 3 % anual, una cifra que revela más mediocre expansión prolongada que explosión de prosperidad. Las brechas regionales son profundas: las economías avanzadas crecerían entre el 1,5 % y el 2 %, mientras que los mercados emergentes rondan el 4 %.
En Asia-Pacífico, con China al frente, el crecimiento alcanza cerca del 4,5 %, pese a la paulatina desaceleración tras décadas de tasas excepcionales. América Latina, con un 2 % promedio, arrastra baja productividad e inestabilidad política. En cambio, Europa y Norteamérica mantienen cifras modestas, conducidas por altos niveles de deuda y transiciones verdes incompletas.
La Agenda 2030 revela avances irregulares: apenas el 15-20 % de las metas globales muestra progreso adecuado, mientras más de la mitad se estanca o retrocede. Los desafíos de equidad global y la informalidad laboral siguen limitando el alcance de ODS clave.
El 55-60 % de la fuerza laboral mundial aún opera en la economía informal, sin acceso a protección social ni salarios dignos. La fatiga política y la escasez de financiamiento amenazan con desviar recursos de reformas estructurales esenciales.
Desde 1990, el PIB mundial se duplicó, y las emisiones de CO₂ también ascendieron, aunque a un ritmo ligeramente menor, evidenciando un desacoplamiento parcial de emisiones en unas pocas economías avanzadas. Sin embargo, la mayoría de países emergentes siguen vinculando expansión y contaminación.
La Curva de Kuznets Ambiental sugiere que, a cierto nivel de ingreso, puede iniciarse la reducción de contaminantes si se transforman la matriz energética y la estructura productiva. No obstante, el offshoring de emisiones trasladaría la carga a regiones con regulaciones más suaves.
El crecimiento industrial intensivo incrementó los niveles de PM2.5 en zonas urbanas. A inicios de la década de 2010, cerca del 90 % de la población mundial respiraba aire por encima de los límites recomendados por la OMS, provocando millones de muertes prematuras y elevando el gasto sanitario global.
China, tras décadas de dependencia del carbón, redujo emisiones contaminantes mediante regulaciones estrictas y cierre de plantas obsoletas. En contraste, algunas naciones nórdicas lograron reducir polución y mantener el crecimiento gracias a la innovación y la descarbonización de su matriz energética.
Reorientar el modelo actual requiere la colaboración de gobiernos, empresas y ciudadanos. Entre las acciones prioritarias destacan:
Solo integrando políticas públicas ambiciosas con la responsabilidad corporativa y la conciencia ciudadana se podrá sostener el crecimiento sin sacrificar el bienestar del planeta y de futuras generaciones.
El precio del progreso no es una cifra económica: es la suma de cada grado adicional de temperatura, cada deforestación silenciada y cada comunidad vulnerable expuesta. Reconocerlo es el primer paso para redefinir el verdadero significado del avance: uno que incluya prosperidad, justicia social y preservación ambiental.
Referencias