El cambio climático ya no es una amenaza lejana: afecta hoy la economía global y local, dejando huellas visibles y ocultas que comprometen el futuro. Detrás de cada desastre natural se esconden repercusiones profundas en la inversión, la productividad y el bienestar.
Los estudios más recientes indican que, si no se alcanzan los objetivos del Acuerdo de París, el valor económico mundial podría perder alrededor de un 10 % hacia mediados de siglo. En escenarios de calentamiento superiores a 2 ºC, la caída del PIB global podría rondar el 20 %.
En Europa, incluso en un escenario moderado de 1,5–2 ºC, se estiman pérdidas anuales entre 42.000 y 83.000 millones de euros. De alcanzar 3 ºC de aumento, las cifras podrían escalar hasta 175.000 millones de euros al año.
Para el verano de 2024-2025, el Banco Central Europeo calculó una factura de 43.000 millones de euros por olas de calor, sequías e inundaciones. Sin medidas adicionales, esta cifra podría triplicarse hasta 126.000 millones en 2029, generando pérdidas patrimoniales netas para hogares y empresas y tensiones fiscales considerables.
El impacto económico se despliega en dos planos: los daños directos y una serie de costos ocultos que pocas veces aparecen en las cuentas oficiales.
Junto a lo anterior, los costos ocultos de sistemas agroalimentarios incluyen menor productividad laboral por estrés térmico y enfermedades, así como aumento de mortalidad prematura, que repercuten en el gasto sanitario y en la competitividad.
Estos mecanismos acentúan la desigualdad y amenazan la estabilidad financiera global, presionando a gobiernos y familias.
¿Qué sucede si seguimos sin intervenir? Las pérdidas continuarán acumulándose y se multiplicarán. Sin embargo, invertir hoy en adaptación y mitigación ofrece retornos claros.
Las estimaciones apuntan a que cada dólar invertido en adaptación puede generar entre 2 y 10 dólares en beneficios netos a largo plazo, reduciendo el impacto de eventos extremos y fortaleciendo la gestión proactiva ante riesgos climáticos.
Por otro lado, el coste de la inacción se refleja no solo en cifras públicas, sino en vidas humanas y tejidos sociales dañados, especialmente en comunidades más vulnerables.
Para avanzar hacia una economía verdaderamente resiliente, es esencial alinear políticas, mercados y ciudadanos en torno a una visión compartida:
Solo así será posible transformar el riesgo en oportunidad, dinamizar la economía y proteger nuestro legado. Incorporar criterios de sostenibilidad en la planificación financiera y empresarial es hoy una prioridad para asegurar prosperidad y equidad.
La encrucijada ante la que nos encontramos exige valentía y visión. Actuar ahora significa salvaguardar recursos, vidas y la capacidad de innovar. Cada inversión en mitigación y adaptación es un paso firme hacia un mundo más justo y próspero.
Este es el momento de asumir responsabilidades: gobiernos, empresas y ciudadanos unidos en un compromiso global que permita enfrentar el desafío climático con esperanza y determinación.
Referencias