La desigualdad económica no solo se mide entre ricos y pobres, sino también entre generaciones. En las últimas dos décadas, la diferencia en niveles de patrimonio entre jóvenes y mayores se ha disparado, transformando la visión del futuro para millones de familias. Comprender las causas, dimensiones y posibles soluciones de esta brecha es esencial para forjar sociedades más justas y cohesionadas.
La brecha generacional en la riqueza se define como la diferencia en niveles de patrimonio (activos menos deudas) entre distintos grupos de edad. No se trata solo de comparar ingresos, sino de analizar la propiedad de vivienda, activos financieros, pensiones y empresas acumulados por cada cohorte.
Parte de esta disparidad responde al ciclo vital: quienes cumplen 65 años han tenido más tiempo para ahorrar. Sin embargo, numerosos estudios demuestran que, comparando a jóvenes actuales con coetáneos de hace 20 o 30 años, el retraso patrimonial actual es muy superior a lo esperable por el ciclo de vida, lo que apunta a factores estructurales e institucionales.
En España la brecha se ha intensificado de manera notable. La riqueza media de los hogares ha crecido un 80 % en términos reales en 20 años, pero esta expansión ha beneficiado de forma desigual a cada generación.
La proporción de la riqueza total en manos de menores de 35 años ha caído del 7–8 % al 2 %. En contraste, los mayores de 75 años han pasado de controlar el 8 % al 20 % de la riqueza nacional. Según la Encuesta Financiera de las Familias, los hogares de menores de 35 años han visto su patrimonio medio caer un 30–40 % entre 2002 y 2022, mientras que los de 65–74 años lo han incrementado casi un 100 %.
Este fenómeno no es exclusivo de España. En Estados Unidos, los baby boomers controlan el 50–55 % de la riqueza total (más de 80 billones de dólares), la Generación X acumula el 25 % y millennials con Gen Z apenas superan el 10 %. Menores de 40 años poseen alrededor del 6–7 % de la riqueza nacional.
Informes de la Fed de St. Louis y del UBS Global Wealth Report señalan que los jóvenes actuales acumulan menos patrimonio que generaciones previas a la misma edad, aun corrigiendo datos. La OCDE muestra tendencias similares en varios países desarrollados: una reducción de la riqueza mediana de hogares con cabeza menor de 35 años y un aumento notable en el tramo de 65–74 años.
El retraso en la formación de hogares y la compra de vivienda ha generado un aplazamiento en la emancipación y en la maternidad o paternidad, afectando la tasa de natalidad. Jóvenes que destinan gran parte de sus ingresos al alquiler ven mermada su capacidad de ahorro, retrasando proyectos de vida y aumentando la precariedad emocional.
En términos macroeconómicos, una población más envejecida con mayor acumulación de riqueza puede impulsar la demanda de servicios sanitarios y pensiones, presionando los sistemas públicos y condicionando la sostenibilidad fiscal. La falta de movilidad social y la percepción de injusticia generacional pueden alimentar el descontento y la desconfianza en las instituciones.
Superar la brecha generacional en la riqueza exige un compromiso conjunto de gobiernos, empresas y ciudadanos. Es necesario repensar la arquitectura del mercado inmobiliario, rediseñar los esquemas de empleo juvenil y garantizar un reparto más equitativo de los recursos.
Cada individuo puede contribuir: informarse, participar en debates públicos y exigir políticas inclusivas. La corresponsabilidad permitirá construir un futuro donde las oportunidades económicas no dependan de la fecha de nacimiento, sino del talento, el esfuerzo y la solidaridad.
Referencias