La tecnología avanza a pasos agigantados, pero los indicadores macroeconómicos parecen quedarse atrás. Este artículo revisa por qué la explosión digital no ha impulsado el crecimiento esperado.
La “paradoja de la productividad” describe la discrepancia entre inversión y resultados: pese a décadas de revolución informática, la productividad y el PIB per cápita no suben al ritmo previsto.
Robert Solow, premio Nobel, lo resumió en los años 80: se ve la era del ordenador “en todas partes menos en las estadísticas de productividad”. Originalmente se observó en Estados Unidos durante los 70-80-90, donde la capacidad informática creció mientras el avance de la productividad total de los factores se frenaba.
Es fundamental distinguir entre:
La paradoja clásica se centraba en los ordenadores y las TIC; la versión actual incorpora internet, plataformas digitales y, muy recientemente, la inteligencia artificial.
Los datos muestran oleadas de crecimiento seguidas de ralentizaciones:
Tras la posguerra y hasta los 70, EE. UU. crecía cerca del 3 % anual en productividad laboral. Desde mediados de los 70 hasta mediados de los 90, bajó a 1-1,5 %. Hubo un repunte con la difusión de las TIC e internet a finales de los 90, pero nunca volvió a la “edad de oro”.
En Europa se vio convergencia con EE. UU. hasta los 80-90 y luego estancamiento. El norte y centro mantienen altos niveles absolutos con bajo crecimiento; el sur combina baja productividad con estancamiento. Japón vivió un milagro en los 50-70 y, desde los 90, ha sufrido un crecimiento débil. Las economías emergentes, como China, han avanzado rápido al importar tecnología, pero corren el riesgo de estancarse en la trampa de la renta media.
A escala global, desde principios de los 2000 la productividad en economías avanzadas desacelera constantemente pese a innovaciones como smartphones, nube, plataformas y IA.
La tecnología se despliega en varias olas:
Primera ola de las TIC: informática empresarial, ERP, CAD/CAM. Generó mejoras notables en manufactura avanzada, finanzas y logística, pero los beneficios agregados tardaron en reflejarse.
Internet y plataformas: comercio electrónico, redes sociales, economía colaborativa (Uber, Airbnb, Amazon). Mejoraron coordinación y distribución, pero desplazaron actividades tradicionales y alteraron el empleo.
Digitalización generalizada: automatización de tareas administrativas, ofimática colaborativa y trabajo remoto. A nivel micro aumentó la eficiencia, pero en el agregado el impacto fue menos evidente.
Inteligencia artificial: promesas de automatización cognitiva y análisis masivo de datos. Genera asistentes digitales y contenido de alta velocidad, pero también multiplica las tareas, iteraciones y la presión de trabajo.
Varias causas explican la aparente paradoja:
Además, la gestión deficiente puede convertir inversiones en burocracia digital y sobrecarga de información, reduciendo el tiempo de concentración y trabajo profundo.
La paradoja no es solo un reto económico, sino también social. La brecha entre ganadores y perdedores tecnológicos se amplía:
Sin embargo, surgen nuevas oportunidades en sectores innovadores y de servicios intensivos en conocimiento. La clave social está en la formación continua y en políticas que acompañen la transición laboral.
Para romper la paradoja, conviene diseñar estrategias integrales:
En conjunto, la paradoja de la productividad invita a repensar no solo la tecnología, sino la forma en que medimos el progreso, organizamos el trabajo y distribuimos sus beneficios. Solo así podremos traducir cada avance digital en un verdadero impulso al crecimiento económico y al bienestar colectivo.
Referencias