En un mundo cada vez más interconectado, el movimiento de capital define el pulso de la economía global. Comprender la ruta del dinero es esencial para aprovechar sus beneficios y mitigar sus riesgos.
La naturaleza del dinero como deuda líquida ha transformado la forma en que los bancos centrales y comerciales interactúan con los mercados. Hoy en día, gran parte de la masa monetaria no existe en forma física: surge de préstamos bancarios que los bancos comerciales conceden a empresas y hogares, respaldados por la base monetaria ejercida por autoridades.
Este proceso funciona mediante el multiplicador bancario: cuando un cliente deposita un capital, el banco retiene solo un porcentaje y presta el resto, generando nuevo dinero en cada ciclo. A nivel global, este mecanismo se amplifica gracias a los mercados interbancarios y las plataformas financieras que operan simultáneamente en diferentes husos horarios, desde Asia hasta América.
Los flujos de capital obedecen a motivaciones de rentabilidad y diversificación. Inversores institucionales buscan mayores rendimientos, mientras que los bancos internacionales financian proyectos en economías emergentes.
Estos flujos se registran en la balanza de pagos de cada país, en la cuenta financiera y en la cuenta corriente, generando ajustes en su tipo de cambio y patrones de endeudamiento.
Cuando los flujos entran de manera estable, ofrecen múltiples beneficios:
Numerosos estudios empíricos muestran que la IED puede incrementar el PIB hasta en un 2 % anual en función de la absorción de tecnología y la calidad de las instituciones receptoras.
No obstante, los flujos volátiles también pueden desencadenar crisis financieras repentinas y severas. El fenómeno de “sudden stops” ocurre cuando inversores retiran activos precipitadamente, provocando:
Casos como la crisis asiática de finales de los noventa o las turbulencias en economías latinoamericanas han evidenciado cómo una entrada masiva de capital especulativo puede empeorar la situación macroeconómica.
Además, la apreciación cambiaria por flujos masivos puede reducir la competitividad de las exportaciones, generando la llamada enfermedad holandesa y debilitando sectores clave de la industria.
La misma infraestructura financiera global se emplea para canalizar dinero de actividades ilícitas. El ciclo clásico de lavado de dinero comprende tres fases:
Herramientas clave incluyen empresas pantalla, trusts en paraísos fiscales y criptomonedas. Los reguladores han implementado normas antilavado, intercambio automático de información tributaria y requisitos de beneficiario final, aunque persistente la brecha de regulación entre jurisdicciones.
La ruta del dinero, tanto legítima como ilícita, marca la dinámica económica global. Para aprovechar sus beneficios y reducir riesgos, es fundamental:
Solo con una visión integral y medidas coordinadas podrá garantizarse que estos flujos impulsen el crecimiento inclusivo en lugar de agravar las crisis y la desigualdad.
Referencias