Desde la crisis de 2008, los bancos centrales han desplegado todas sus municiones para reactivar el crecimiento: tasas en mínimos históricos, compras masivas de activos y comunicación optimista. Sin embargo, en múltiples economías el resultado ha sido decepcionante: la inversión no despega, el consumo permanece gris y las expectativas se hunden.
Esta situación describe lo que se conoce como la trampa de la liquidez, un fenómeno en el que los mecanismos tradicionales de la política monetaria pierden su poder de tracción. Conocer sus orígenes, sus efectos y, sobre todo, las posibles salidas, es esencial para diseñar una hoja de ruta que devuelva el dinamismo a la economía.
La trampa de la liquidez se define como aquella circunstancia en la que, pese a que el costo del dinero es prácticamente nulo o incluso negativo, los agentes económicos prefieren mantener efectivo o depósitos a la espera de mejores rendimientos en el futuro.
En este contexto, las inyecciones de liquidez por parte del banco central dejan de traducirse en crédito nuevo, consumo adicional o inversión productiva. La demanda agregada se estanca y el ciclo de expansión monetaria y crecimiento se rompe.
En términos simples, es como empujar el acelerador de un coche con el freno de mano puesto: el motor se esfuerza, pero el vehículo no avanza.
John Maynard Keynes fue el primero en alertar sobre esta anomalía en los años veinte y treinta del siglo XX. Observó que, llegado a cierto nivel de aversión al riesgo y bajos tipos de interés, los ahorradores preferirían acumular liquidez antes que invertir en actividades que consideraban inciertas.
Posteriormente, John Hicks incorporó la idea al modelo IS-LM, donde la curva LM (liquidez) se horizontaliza al aproximarse al cero. En tales condiciones, una expansión monetaria desplaza la oferta de dinero, pero no genera caídas adicionales en la tasa de interés ni incrementa la producción.
Este giro teórico mostró que la política monetaria convencional puede llegar a un límite inferior de estímulo posible, más allá del cual resulta inefectiva.
El surgimiento de la trampa de la liquidez responde a una combinación de factores estructurales y psicológicos. Entre las causas más relevantes se encuentran:
Cuando estos elementos toman fuerza, la liquidez se acumula en los balances de hogares, empresas y bancos, sin fluir hacia proyectos productivos.
La clave está en comprender que, en este escenario, el dinero no es un medio para estimular, sino un refugio ante vientos de incertidumbre.
Los efectos de la trampa de la liquidez se extienden más allá de los indicadores financieros, provocando consecuencias de gran alcance:
Este panorama suele prolongarse, afectando la confianza de los consumidores y frenando cualquier intento de reactivación.
A lo largo de la historia, la trampa de la liquidez ha aparecido con especial virulencia en diversos episodios:
Cada ejemplo comparte un denominador común: las políticas de tasas ultrabajas no lograron reactivar la inversión ni el empleo de manera sostenible.
Frente a este impasse, los gobiernos y bancos centrales deben adoptar un enfoque multidimensional e innovador, combinando recursos disponibles:
En Estados Unidos, la técnica del forward guidance tras la crisis de 2008 ayudó a moderar las expectativas y mejorar la confianza del mercado, aunque no bastó para lograr una recuperación explosiva.
De igual modo, la combinación de gasto público y apoyo a las pequeñas y medianas empresas durante la pandemia mostró que el apoyo fiscal directo al tejido productivo puede reactivar circuitos económicos locales y generar empleo.
Romper la trampa de la liquidez exige valentía política y visión de largo plazo. Los responsables deben diseñar marcos que:
- Antes que buscar más liquidez, promuevan la demanda efectiva a través de contratos de inversión público-privada de largo alcance.
- Establezcan reglas fiscales contracíclicas que amplíen el margen para desplegar gasto en crisis y lo retiren en fases de crecimiento.
- Fortalezcan los sistemas de protección social para reducir el ahorro precautorio y dar confianza a los hogares.
Solo así se podrá restablecer el circuito de crédito productivo y movilizar los recursos ociosos en la economía.
La trampa de la liquidez nos recuerda que el dinero, por sí solo, no es motor de la economía: necesita un circuito real de demanda y oferta para convertirse en prosperidad compartida.
Sólo a través de la convergencia entre estímulos monetarios, fiscales y reformas estructurales, podremos dejar atrás el nivel de sobresaturación de liquidez y encender la chispa del crecimiento.
El reto es enorme, pero la historia también demuestra que, con creatividad, decisión política y cooperación internacional, las economías pueden superar los límites del modelo convencional y alcanzar un desarrollo más estable y equitativo.
Ha llegado el momento de repensar, innovar y reacelerar el futuro. La salida de la trampa de la liquidez no es un misterio técnico: es, sobre todo, un desafío de liderazgo y visión compartida.
Referencias