En un mundo interconectado, las reservas internacionales se han convertido en el seguro ante choques externos que puede definir la estabilidad de un país. Este artículo explora su naturaleza, funciones, medición y riesgos, ofreciendo ejemplos históricos y datos recientes que ilustran su importancia.
Las reservas internacionales son activos externos en divisas fuertes, oro monetario y posiciones en organismos como el FMI, que están bajo control inmediato del banco central. Se clasifican en reservas brutas y netas, diferenciándose estas últimas al deducir pasivos en moneda extranjera.
La relación entre los activos y pasivos en moneda local conforma el balance del banco central. Cuando las reservas crecen, aumentan los activos externos; si la autoridad monetaria emite deuda interna para esterilizar compras, pueden surgir pasivos adicionales. Por ello, la evolución de este balance es clave para valorar la sostenibilidad de la política monetaria.
La diversificación en la cartera de reservas es esencial para garantizar liquidez y minimizar riesgos. A continuación, los principales componentes:
La tendencia global muestra un ligero desplazamiento hacia el oro y los DEG, aunque el dólar sigue representando la mayor parte del total.
Las reservas internacionales actúan como un colchón multifacético que protege la economía y respalda la confianza de inversionistas y agentes locales.
Por ejemplo, al respaldar la deuda externa, los bancos centrales elevan la calificación de riesgo soberano y reducen los spreads de sus bonos. En regímenes flexibles, también consiguen suavizar la volatilidad cambiaria sin sacrificar objetivos de inflación.
Para evaluar si un nivel de reservas es adecuado, se emplean varios indicadores que comparamos a continuación:
En economías emergentes, cubrir al menos tres meses de importaciones es una regla mínima; algunas consideran adecuados seis meses. La regla de Greenspan exige 100 % de la deuda de corto plazo, lo que da confianza a inversionistas internacionales.
Acumular grandes volúmenes de reservas no está exento de costo de oportunidad de reservas. Mantener activos en instrumentos de bajo rendimiento implica renunciar a proyectos de mayor retorno o a inversión social.
Además, los bancos centrales pueden enfrentar costes cuasi-fiscales si el interés pagado por deuda interna supera el rendimiento de sus activos externos. También existe el riesgo de pérdidas de capital por variaciones en tasas de interés internacionales o en el tipo de cambio.
A nivel mundial, las reservas suman decenas de billones de dólares. Entre los principales protagonistas destacan China, Japón, Suiza, India y Arabia Saudita.
En América Latina, Perú ha llegado a contar con reservas equivalentes a un tercio de su PIB en ciertos periodos, mientras que México mantiene niveles próximos a un año de obligaciones externas, considerado un umbral “adecuado pero no excesivo”.
La crisis asiática de 1997–1998 reveló la fragilidad de economías con bajos niveles de reservas frente a su deuda de corto plazo. Países que no pudieron absorber ataques especulativos sufrieron devaluaciones drásticas.
Durante la crisis global de 2008–2009, varios emergentes utilizaron sus reservas para estabilizar monedas y sostener financiamiento externo cuando los mercados se secaron.
En América Latina, episodios como la crisis mexicana de 1994 y las sucesivas devaluaciones en Argentina muestran cómo la falta de un colchón suficiente puede acelerar defaults y controles de capital, con graves consecuencias sociales y económicas.
Referencias