En un mundo interconectado, los movimientos de las monedas reflejan decisiones de bancos centrales, flujos de capital y expectativas de mercados. Comprender estos procesos es clave para empresas, inversores y gobiernos.
El tipo de cambio nominal determina el precio de una moneda en términos de otra, mientras que el real se ajusta por inflación y precios relativos. Este último revela la competitividad externa de las economías y su capacidad de exportar.
Los regímenes cambiarios varían desde el fijo hasta la flotación libre, pasando por la flotación administrada y regímenes intermedios. Cada esquema define el grado de autonomía de la política monetaria frente a choques externos.
En una economía abierta, el tipo de cambio influye en la balanza comercial, la inflación y el crecimiento, al modificar costos de importaciones y precios de exportación.
Los bancos centrales moldean el dinero mediante tasas de interés, manejo de liquidez y gestión de expectativas. Al subir tipos de referencia, la moneda tiende a apreciarse, atrae capital y encarece préstamos en divisa local.
Por el contrario, recortes en los tipos o programas de liquidez masiva suelen depreciar la divisa. Esta lógica se sustenta en la paridad de tipos de interés, que equilibra diferenciales esperados entre monedas.
Las decisiones de la Reserva Federal, el BCE, el Banco de Japón o el Banco de China generan condiciones financieras globales restrictivas o laxas. Una Fed agresiva encarece el dólar, presiona divisas de economías emergentes y encarece su deuda externa.
Este panorama acarrea efectos de spillover: las variaciones en el tipo de cambio reducen la competitividad, impactan la inflación importada y obligan a bancos centrales más pequeños a ajustar su política. A su vez, los spillbacks devuelven presión a las economías avanzadas.
Tras la pandemia y la fase post‐COVID y guerra en Ucrania, la inflación global se disparó. Entre 2022 y 2023, los grandes bancos centrales elevaron tipos hasta niveles no vistos desde 2008.
Entre finales de 2023 y 2024, varios países emergentes como México, Brasil y Chile iniciaron recortes de tipos, aprovechando la moderación inflacionaria. El BCE, tras situar su tasa en máximos históricos, recortó 25 puntos básicos en junio de 2024, aunque manteniéndose en terreno restrictivo.
En EE. UU., la Fed mantuvo un rango de fondos federales por encima del BCE y continuó reduciendo su balance, consolidando el dólar fuerte frente al euro.
El término «guerra de divisas» alude a maniobras deliberadas para depreciar monedas y ganar cuota de mercado. Sin embargo, este juego tiene límites claros:
Entender la interacción entre política monetaria y tipo de cambio es esencial para anticipar riesgos y oportunidades globales. Empresas importadoras y exportadoras deben monitorizar decisiones de bancos centrales y diferenciales de tipos.
Los inversores pueden aprovechar movimientos de divisas para diversificar carteras, pero deben contemplar la volatilidad ligada a shocks externos. Los gobiernos deben coordinar políticas para evitar efectos nocivos de corto plazo y preservar la estabilidad financiera.
En definitiva, el tipo de cambio es un barómetro de la salud global y un canal vital de la política monetaria. Dominar sus mecanismos fortalece la toma de decisiones y mitiga riesgos en un entorno económico cada vez más interconectado.
Referencias